La frustración

“Aunque el territorio de la frustración puede ser vasto, desde un tropezón hasta una muerte prematura, en el corazón de toda frustración anida una estructura básica: la colisión de un deseo con una realidad inquebrantable.
Las colisiones comienzan en la primera infancia, con el descubrimiento de que las fuentes de nuestra satisfacción están fuera de nuestro control y de que el mundo no se amolda fielmente a nuestros deseos.
Sin embargo, para Séneca, si alguna posibilidad tenemos de alcanzar la sabiduría es aprendiendo a no agravar la terquedad del mundo mediante nuestras propias reacciones, con arrebatos de furia, autocompasión, ansiedad, amargura, fariseísmo o paranoia.
Una misma línea es recurrente a lo largo y ancho de su obra: que soportamos mejor aquellas frustraciones que comprendemos y para las que nos hemos preparado, mientras que nos causan más daño aquellas que menos esperábamos y que no acertamos a entender. La filosofía ha de reconciliarnos con las auténticas dimensiones de la realidad, para así ahorrarnos, si no la propia frustración, al menos la corte de emociones perniciosas que la acompañan.
Su tarea consiste en preparar para nuestros deseos un aterrizaje lo más suave posible contra el inquebrantable muro de la realidad.
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A juicio de Séneca, lo que nos pone furiosos son nuestras concepciones peligrosamente optimistas sobre el mundo y sobre los demás.
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Dejaremos de estar furiosos cuando dejemos de esperar tanto.”

Personalmente pienso que la frustración es uno de los grandes males de la sociedad; causa de sufrimiento o de evasión en el peor de los casos.
No deja de resultar curioso cómo acudiendo a Séneca (año 4 a.C.), podemos aplicar sus reflexiones al mundo actual.
Vivimos a expensas de deseos, como si lo que tenemos no sirviera; como si la felicidad fuera un estado permanente al que queremos llegar. En ese camino nos encontramos con obstáculos infranqueables, siendo incapaces, en muchas ocasiones, de ver la posibilidad de rodearlos, presos de obcecación, como si el camino elegido para alcanzar nuestros deseos hacedores de felicidad fuera el único válido.
Nos empeñamos en buscar en lo que no tenemos, pero si no lo tenemos, nada podremos encontrar en ello.
Buscamos bienes materiales, relaciones con otros… una y otra vez… pero nos olvidamos de nosotros mismos, donde tal vez se encuentre esa felicidad añorada, no como permanente, sino como instantes vividos con aceptación, que no tiene que significar en ningún momento sumisión o apatía. No sirven las comparaciones para sentirnos mejor. El placer se encuentra con nosotros mismos, en esa intimidad intrínseca, y desde ese placer, tal vez podamos ser socialmente más sanos.